jueves, 15 de noviembre de 2018

El que encubre sus pecados



El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia (Proverbios 28:13).
Este es el camino hacia la misericordia para un pecador culpable y arrepentido: tiene que abandonar la costumbre de encubrir el pecado.
 Esto intentamos hacerlo con la mentira—que niega dicho pecado—
 con la hipocresía—que lo oculta—
 con la jactancia—que lo justifica—
y con una ostentosa profesión de piedad, que procura compensarlo.
El deber del pecador es confesar su pecado y apartarse de él. Las dos cosas van juntas: la confesión tiene que hacerse rectamente al Señor mismo, y ha de incluir un reconocimiento de la culpa, una comprensión de la maldad de esta y un aborrecimiento de ella. No debemos culpar a otros, ni a las circunstancias, ni disculparnos con nuestra debilidad natural; tenemos que descargar la conciencia y confesarnos culpables del delito: no puede haber misericordia hasta que hayamos hecho esto.
Además, debemos apartarnos del pecado: una vez reconocida nuestra falta, tenemos que renunciar a toda intención presente o futura de seguir en ella. No podemos continuar en rebeldía y al mismo tiempo morar con el Rey en su majestad. Hay que abandonar la costumbre del pecado, así como todos los lugares, compañeros, ocupaciones o libros que nos puedan desviar. 
Obtenemos el perdón, no por la confesión o la reforma, sino en conexión con ellas, por la fe en la sangre de Jesús.  C.H. Spurgeon

martes, 6 de noviembre de 2018

Cosas mayores que estas verás

“Cosas mayores que estas verás.” Juan 1: 50.



 Esto fue dicho a un creyente semejante a un niño, que estaba listo a aceptar a Jesús como el Hijo de Dios, el Rey de Israel, sobre la base de un solo argumento convincente. 
Aquellos que están dispuestos a ver, verán: es debido a que nosotros cerramos nuestros ojos que nos volvemos tan tristemente ciegos. 
Hemos visto demasiado. Cosas grandes e inescrutables nos ha mostrado el Señor, por las cuales alabamos Su nombre; pero hay mayores verdades en Su Palabra, mayores profundidades de experiencia, mayores alturas de comunión, mayores obras de utilidad, mayores descubrimientos de poder, y amor, y sabiduría. Todas estas cosas hemos de ver todavía si estamos dispuestos a creer a nuestro Señor.
 La facultad de inventar falsa doctrina es ruinosa, pero el poder de ver la verdad es una bendición.
 El cielo será abierto para nosotros, el camino hacia allá será allanado para nosotros en el Hijo del hombre, y el comercio angélico que ocurre entre el reino superior y el reino inferior nos será manifestado.
 Mantengamos nuestros ojos abiertos a los objetivos espirituales, y esperemos ver más y más. Hemos de creer que nuestras vidas no se gastarán hasta convertirse en nada, sino que estaremos siempre creciendo, viendo cosas mayores y mayores cada vez, hasta contemplar al mismo Gran Dios y no perderlo de vista nunca más.
Charles H. Spurgeon

martes, 30 de octubre de 2018

La gran importancia de perseverar en oración

La gran importancia de perseverar en oración 


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También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:1-8).
Estos versículos nos enseñan la gran importancia de perseverar en oración. Nuestro Señor transmite esta lección contando la historia de una viuda sin amigos que consiguió, a fuerza de una gran importunidad, que un juez malvado hiciera justicia. “Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre—dijo el juez injusto—, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia”. Nuestro Señor mismo aporta la aplicación de la parábola: “Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?”. Si la importunidad consigue tanto de un hombre malo, ¡cuánto más conseguirá para los hijos de Dios de parte del Juez justo, su Padre celestial!
El asunto de la oración debería interesar a los cristianos. La oración es el aliento vital mismo del cristianismo genuino. Aquí es donde comienza la religión. Aquí florece. Aquí decae. La oración es una de las primeras evidencias de la conversión (Hechos 9:11). No orar es el camino seguro a la caída (Mateo 26:40-41). Todo lo que arroja luz sobre la cuestión de la oración es saludable para nuestra alma.
Por tanto, grábese profundamente en nuestras mentes que es mucho más fácil comenzar con el hábito de la oración que conservarlo. El temor a la muerte, algún remordimiento de conciencia transitorio, algunos sentimientos de emoción pueden hacer que alguien comience a orar inmediatamente, pero continuar orando requiere fe. Tenemos tendencia a cansarnos y a ceder a la sugerencia de Satanás de que no vale para nada. Y es entonces cuando debemos recordar con cuidado la parábola que tenemos delante. Recordemos que nuestro Señor nos dijo expresamente que debíamos “orar siempre, y no desmayar”.
¿Sentimos siempre una inclinación secreta a ir rápido en nuestras oraciones, a descuidarlas o hasta omitirlas? Cuando este ocurre, sin duda es una tentación directa del diablo. Está tratando de socavar y minar la ciudadela misma de nuestras almas y hacernos descender al Infierno. Resistamos la tentación y démosle la espalda. Decidamos orar con firmeza, paciencia y perseverancia, y nunca dudemos de que nos hace bien. Por mucho tiempo que tarde en llegar la respuesta, sigamos orando. Independientemente del sacrificio y la negación de mí mismo que suponga, continuemos orando: “Orad sin cesar”, “perseverad en la oración” (1 Tesalonicenses 5:17; Colosenses 4:2). Armemos nuestras mentes con esta parábola y, mientras vivamos, entre todas las cosas a las que dedicamos tiempo, apartemos tiempo para orar.  por J.C. Ryle

jueves, 25 de octubre de 2018

¡Que Salvador tan compasivo es el Señor Jesucristo!





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Aprendamos que Salvador tan compasivo es el Señor Jesucristo. “En cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”(Hebreos 2:18).
La compasión de Jesús es una verdad que debería tener especial valor para los creyentes, pues en ella encontrarán una mina de gran consuelo. 
No deberían olvidar nunca que tienen un poderoso Amigo en el Cielo, que se compadece de ellos en todas sus tentaciones y puede compartir todas sus ansiedades espirituales.
 ¿Son tentados alguna vez por Satanás a desconfiar del amor y la bondad de Dios? También lo fue Jesús. 
¿Son tentados alguna vez a dar por supuesta la misericordia de Dios y ponerse en peligro de forma injustificada? También lo fue Jesús.
 ¿Son tentados alguna vez a cometer un pecado personal por lo que parece ser una buena consecuencia? También lo fue Jesús. 
¿Son tentados alguna vez a prestar su oído a una aplicación incorrecta de la Escritura, como excusa para hacer algo mal? También lo fue Jesús.
 Él es justo el Salvador que necesita un pueblo que es tentado. Que acudan a Él por ayuda, y expongan delante de Él todos sus problemas; hallarán su oído siempre preparado para escuchar, y su corazón siempre preparado para tener compasión: Él puede comprender sus aflicciones.
¡Ojalá todos lleguemos a conocer, en nuestra experiencia, el valor de un Salvador compasivo!
 No hay nada en este frío y engañoso mundo que se le pueda comparar. Aquellos que buscan su felicidad solamente en esta vida, y rechazan la religión de la Biblia, no tienen ni idea de lo que se están perdiendo: el verdadero bienestar.  por J.C. Ryle

jueves, 20 de septiembre de 2018

Mejor es la reprensión franca que el amor encubierto

Mejor es la reprensión franca que el amor encubierto

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“Mejor es la reprensión franca que el amor encubierto” (Prov. 27:5).
Hay dos cualidades muy necesarias en un amigo: el amor y la fidelidad; y esta última es primordial para que nuestras amistades resulten realmente beneficiosas para nosotros. Hay algunos que nos aman con sinceridad y calidez, pero carecen del coraje necesario para ser fieles a la hora de reprendernos cuando lo merecemos. Sin embargo, la reprensión, aunque sea severa e hiriente, es mejor que un amor que no se revela en forma de reprensiones necesarias.
El verdadero amigo no divulgará nuestras faltas a los cuatro vientos, pero tampoco las justificará para salvar nuestra reputación; porque la virtud es la esencia de la verdadera amistad y no debe infringirse por amor a nuestros amigos más queridos. Por tanto, debemos valorar a aquel amigo que hace sus reprensiones tan públicas como sean nuestras faltas, y que no escatima a la hora de decirnos sin rodeos en nuestra cara en qué hemos errado, porque da buena prueba de que aprecia nuestro auténtico bienestar por encima de su interés particular por nosotros. El amigo que nos ama, pero tiene miedo de reprendernos cuando lo merecemos, no demuestra tener muy alta estima de nuestro sentido común y nuestro carácter, porque parece que nos cree incapaces de soportar la reprensión y prefiere disfrutar de nuestras sonrisas que hacernos un servicio fundamental.
Nuestro Señor amaba a sus Apóstoles con mucha ternura, y los regañaba con admirable prudencia y bondad cada vez que lo necesitaban. Él jamás quiso tolerar el pecado entre ellos, sino que los reprendía de tal forma que su amor hacia Él fuera en aumento y que no disminuyera. Aprendamos, pues, de este proverbio a ejercer la fidelidad de la amistad con aquellos a quienes amamos, y a agradecer a nuestros amigos cuando demuestren la sinceridad de su cariño al preocuparse por nuestras almas. Deberíamos valorar la sinceridad por encima de la cortesía, y disculpar los pequeños defectos en esta última cualidad por amor a la primera.
Extracto de “Comentario a Proverbios” por George Lawson


miércoles, 29 de agosto de 2018

La verdadera grandeza cristiana



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Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve (Lucas 22:24-26).
Observemos en este pasaje, el impresionante relato que ofrece nuestro Señor de la verdadera grandeza cristiana. Les dice a sus discípulos que el mundo mide la grandeza según el ejercicio de señorío y autoridad. “Mas no así vosotros—dice—, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve”. Y entonces refuerza este principio por el tremendo hecho de su propio ejemplo. “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”.
La utilidad en el mundo y en la Iglesia, una disposición humilde a hacer algo y a poner nuestras manos en cualquier buena obra, un deseo alegre de servir en cualquier puesto, por humilde que sea, y a desempeñar cualquier labor por desagradable que sea si con ello promovemos la felicidad y santidad en la Tierra, estas son las verdaderas pruebas de la grandeza cristiana. El héroe en el Ejército de Cristo no es aquel que tiene rango, título, dignidad, carros y hombres a caballo y cincuenta hombres delante. Es aquel que no mira por lo suyo sino por lo de los demás. Es aquel que es amable y bondadoso con todos, que piensa en todos, con una mano dispuesta a ayudar a todos y un corazón para todos. Es aquel que invierte y se invierte en reducir la maldad y la tristeza del mundo, en vendar al de corazón quebrantado, en amparar a los que no tienen amigos, en consolar a los que sufren, en proporcionar luz a los ignorantes y en levantar a los pobres. Este es el verdadero gran hombre a los ojos de Dios. El mundo puede ridiculizar su trabajo y negar la sinceridad de sus motivaciones. Pero, mientras el mundo se burla, Dios se complace. Este es el hombre que camina más cerca de los pasos de Cristo.
Persigamos este tipo de grandeza si deseamos demostrar que somos siervos de Cristo. No nos conformemos con tener un claro conocimiento, profesar con nuestros labios, comprender mejor la controversia y contender fervientemente por los intereses de nuestro grupo. Asegurémonos de ministrar a las necesidades de un mundo cargado por el pecado y de hacer el bien a cuerpos y almas.    J.C. Ryle


miércoles, 1 de agosto de 2018

El que encubre sus pecados

El que encubre sus pecados

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El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia (Proverbios 28:13).
Este es el camino hacia la misericordia para un pecador culpable y arrepentido: tiene que abandonar la costumbre de encubrir el pecado. Esto intentamos hacerlo con la mentira—que niega dicho pecado—, con la hipocresía—que lo oculta—, con la jactancia—que lo justifica—y con una ostentosa profesión de piedad, que procura compensarlo.
El deber del pecador es confesar su pecado y apartarse de él. Las dos cosas van juntas: la confesión tiene que hacerse rectamente al Señor mismo, y ha de incluir un reconocimiento de la culpa, una comprensión de la maldad de esta y un aborrecimiento de ella. No debemos culpar a otros, ni a las circunstancias, ni disculparnos con nuestra debilidad natural; tenemos que descargar la conciencia y confesarnos culpables del delito: no puede haber misericordia hasta que hayamos hecho esto.
Además, debemos apartarnos del pecado: una vez reconocida nuestra falta, tenemos que renunciar a toda intención presente o futura de seguir en ella. No podemos continuar en rebeldía y al mismo tiempo morar con el Rey en su majestad. Hay que abandonar la costumbre del pecado, así como todos los lugares, compañeros, ocupaciones o libros que nos puedan desviar. Obtenemos el perdón, no por la confesión o la reforma, sino en conexión con ellas, por la fe en la sangre del Señor Jesucristo.
                                                                                                                              C.H. Spurgeon

 

lunes, 9 de julio de 2018

Cuidémonos de quejarnos bajo la aflicción

Cuidémonos de quejarnos bajo la aflicción

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Vemos la gran bendición para el alma del hombre, que puede ser la aflicción.
Marcos 2:10, “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados”.
Se nos dice que llevaron hasta nuestro Señor a un enfermo de parálisis para que fuera sanado. Desvalido e impotente fue llevado en su cama por cuatro amables amigos y dejado en medio del lugar donde Jesús estaba predicando. Inmediatamente se cumplió el deseo del alma del hombre. El gran Médico del alma y del cuerpo le vio y le proporcionó pronta liberación. Le restauró la salud y la fuerza. Le proporcionó la bendición más grande: el perdón de los pecados. En resumen, el hombre que había sido llevado desde su casa hasta Él aquella mañana débil, dependiente y postrado tanto en cuerpo como en alma regresó a su casa gozoso.
¿Quién puede dudar de que al final de sus días este hombre daría gracias a Dios por su parálisis? Sin ella, probablemente habría vivido y muerto en ignorancia y nunca habría visto a Cristo. Sin ella, probablemente habría estado cuidando de sus ovejas en las verdes colinas de Galilea toda su vida, nunca habría sido llevado a Cristo y nunca habría escuchado aquellas benditas palabras: “Tus pecados te son perdonados”. Su parálisis fue en verdad una bendición. ¿Quién podía decir que sería el comienzo de la vida eterna para su alma?
¡Cuántos en cada época pueden dar testimonio de que la experiencia de este paralítico ha sido la suya propia! Han aprendido sabiduría por medio de su aflicción. Las aflicciones acaban en misericordia. Hay pérdidas que acaban siendo verdaderas ganancias. Hay enfermedades que conducen hasta el gran Médico de las almas, que conducen a la Biblia ocultando el mundo, mostrándoles su propia necedad y enseñándoles a orar. Miles de personas pueden decir como David: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:71).
Evitemos quejarnos cuando estamos afligidos. Podemos estar seguros de que hay una necesidad para cada cruz y una sabia razón para cada prueba. Toda enfermedad y tristeza es un mensaje misericordioso de Dios y tiene el propósito de llamarnos a acercarnos a Él. Oremos para aprender la lección de que cada aflicción nos enseña algo. “Mirad que no desechéis al que habla”.
Vemos el poder sacerdotal para perdonar pecados que posee nuestro Señor Jesucristo.
Leemos que nuestro Señor le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Le dijo estas palabras con un sentido. Conocía los corazones de los escribas que le rodeaban. Trataba de mostrarles que Él afirmaba ser el verdadero Sumo Sacerdote y tener el poder de absolver a los pecadores, aunque entonces rara vez se expresó así. Pero les dijo expresamente que tenía ese poder. Les dice: “El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”. All decir “tus pecados te son perdonados”, solo había ejercido el oficio que le correspondía.
¡Consideremos lo grande que ha de ser la autoridad de Aquel que tiene poder para perdonar pecados! Eso nadie puede hacerlo salvo Dios. Ningún ángel del Cielo, ningún hombre sobre la Tierra, ninguna iglesia ni concilio, ningún ministro ni denominación puede quitar de la conciencia del pecador la carga de la culpa y proporcionarle paz con Dios. Pueden señalar la fuente de todo pecado. Pueden declarar con autoridad aquellos pecados que Dios desea perdonar. Pero no pueden quitar las transgresiones. Esto es prerrogativa exclusiva de Dios y una prerrogativa que ha puesto en manos de su Hijo Jesucristo.
Pensemos por un momento en la gran bendición que es el que Jesús sea nuestro gran Sumo Sacerdote y sepamos adónde acudir en busca de absolución. Necesitamos un Sacerdote y un sacrificio entre nosotros y Dios. La conciencia exige una expiación de nuestros muchos pecados. La santidad de Dios lo hace absolutamente necesario. Sin un sacerdocio expiatorio no puede haber paz en el alma. Jesucristo es el Sacerdote preciso que necesitamos, con poder para perdonar, compasión y deseos de salvar.
Y ahora preguntémonos si hemos conocido ya al Señor Jesús como nuestro Sumo Sacerdote. ¿Hemos acudido a Él? ¿Hemos buscado su absolución? Si no, aún estamos en nuestros pecados. Nunca podremos descansar hasta que el Espíritu testifique a nuestro espíritu de que nos hemos sentado a los pies de Jesús y hemos escuchado su voz diciéndonos: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.  J.C. Ryle

sábado, 9 de junio de 2018

Por falta de leña se apaga el fuego

Por falta de leña se apaga el fuego

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Por falta de leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, se calma la contienda (Proverbios 26:20).
El chismoso es aquel que cuenta historias que no deberían divulgarse, tanto si son verdaderas como si son falsas, y tanto si las describe con exactitud como si no; y los peores son los que cuentan sus chismes a las personas más susceptibles de sentirse afrentadas y que, al mismo tiempo, no desean que se les mencione como autores de la historia o como testigos de la misma.
A veces es correcto contar los secretos; y Gedalías perdió la vida por llevar demasiado lejos su desprecio hacia este mal vicio; pero la mayor parte de los que divulgan chismes acerca de sus prójimos deben contarse no solo entre los seres más viles de la Humanidad, sino también entre los más perniciosos.
Son serpientes en el camino y víboras en la senda; son como teas encendidas en el Infierno, que prenden entre los hombres un fuego que se extiende de una persona a otra, hasta tal punto que parroquias y condados enteros corren el riesgo de incendiarse.
El que escucha al chismoso es como el que ve una casa a punto de incendiarse y no hace nada para evitarlo. El que se vuelve con rostro enojado hacia el murmurador es el mejor amigo de la Humanidad; se comporta como si llevara agua para apagar las llamas.
Sería bueno para la sociedad que estos miembros dañinos desaparecieran de ella, porque son como hombres enloquecidos que lanzan teas encendidas; pero, puesto que vivimos en un mundo donde estos incendiarios aún andan sueltos, deberíamos hacer todo lo que podamos para evitar que sigan llevándose más carbón de nuestras propias casas o tomándolo de dentro de nuestros muros.
Los chismosos no se detienen mucho a pensar en el mal que están causando ni en la dimensión de la maldad de que puede acusárseles con toda justicia, o de la desgracia que están amontonando sobre sí mismos; porque, si no se arrepienten, Dios los arrojará al horno de fuego de donde nunca se sale (cf. Sal. 141). Los rencillosos son hermanos y amigos de los chismosos, y merecen la misma censura y condenación.

Extracto de “Comentario a Proverbios” por George Lawson.

viernes, 20 de abril de 2018

El que confía en el Señor es bienaventurado

El que confía en el Señor es bienaventurado

El que pone atención a la palabra hallará el bien, y el que confía en el SEÑOR es bienaventurado (Proverbios 16:20).
No solo deberíamos evitar todo lo que sea pecaminoso e insensato y cumplir con diligencia nuestras obligaciones y nuestros deberes, sino que, del mismo modo, deberíamos hacer todo lo que emprendamos con sabiduría y discreción.
La gestión prudente de nuestros asuntos va acompañada de grandes consuelos y beneficios. Nos dará esperanzas razonables de éxito, contaremos con la estima de los demás y evitaremos las malas consecuencias que suelen resultar de la indiscreción. El nombre de David era muy admirado cuando estaba en la casa de Saúl porque se conducía prudentemente en todas las ocasiones (cf. 1 S. 18:14 RVR 1960); y el gobierno prudente de Salomón llenó de asombro a la reina de Sabá y casi le hizo envidiar a los siervos que tenían el placer de atenderle y de ver y oír su sabiduría.
En nuestra andadura religiosa se nos pide “que todo se haga decentemente y con orden” (1 Co. 14:40), de forma prudente. Esto redundará en nuestro consuelo y nuestra felicidad, la gloria del Dios de orden y la edificación del cuerpo de Cristo; y evitará que los que desean hallar ocasión contra nosotros hablen mal de nuestro bien (cf. Ro. 14:16).
Pero tanto en los asuntos del mundo como en los de Dios, no debemos confiar en nuestra propia habilidad y prudencia. Debemos mirar a Dios y depender de Él para recibir guía, ayuda y buenos resultados; porque: “la mente del hombre planea su camino, pero el SEÑOR dirige sus pasos” (Pr. 16:9).
Bienaventurado es el hombre que confía todas sus preocupaciones a las manos de Dios. Su corazón está libre de pensamientos angustiosos. Recibe toda la provisión de sabiduría y de fuerza que necesita. Dios le conduce por camino seguro y al final poseerá el santo monte del Señor (cf. Is. 57:13)
 “Comentario a Proverbios” por George Lawson.

viernes, 9 de febrero de 2018

El amor al placer

                    El amor al placer


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La juventud es el momento en que nuestras pasiones son más intensas; y, como hijos revoltosos, gritan más fuerte pidiendo que se les deje vía libre. La juventud es el momento en que generalmente tenemos más fuerza y salud, parece que la muerte es más lejana y que disfrutar de esta vida lo es todo. La juventud es el momento en que la mayoría de las personas tienen escasas preocupaciones y angustias terrenales que ocupen su atención. Y todas estas cosas contribuyen a que los jóvenes no piensen en cualquier otra cosa más que en el placer. “Sirvo a los deseos y placeres”, esa es la verdadera respuesta que debieran dar muchos jóvenes si se les preguntara: “¿A quién sirves?”.


Joven, me faltaría tiempo para contarte todos los frutos que produce este amor al placer y todas las formas en que puede dañarte. ¿Para qué hablar de las juergas, las fiestas, la bebida, el juego, el teatro, el baile y cosas semejantes? Pocos hay que no sepan de estas cosas por amarga experiencia. Y estos solo son ejemplos. Todas las cosas que producen una sensación de emoción momentánea, todo aquello que ahoga el pensamiento y mantiene a la mente en un torbellino constante, todo lo que agrada a los sentidos y es grato a la carne, esta es la clase de cosas que tienen un gran dominio en este momento de tu vida, y su poder procede del amor al placer. Mantente en guardia. No seas como aquellos de los que habla Pablo: “Amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:4).


Recuerda lo que digo: si te aferras a los placeres terrenales, estas son las cosas que matan almas. No hay manera más segura de cauterizar la conciencia y tener un corazón duro e impenitente que ceder a los deseos de la carne y de la mente. No parece nada al principio, pero a la larga se note.


Considera lo que dice Pedro: “Que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Destruyen la paz del alma, minan su fuerza, la llevan cautiva y la esclavizan.


Considera lo que dice Pablo: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5). “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:27). En un tiempo el cuerpo fue la mansión perfecta del alma; ahora está completamente corrompido y desordenado y exige vigilancia continua. Es una carga para el alma; no un buen acompañante sino un estorbo, no una ayuda. Puede convertirse en un siervo útil, pero siempre es un mal amo.


Considera nuevamente las palabras de Pablo: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14). “Estas —dice Leighton—son las palabras cuya lectura afectó tanto a S. Agustín que, de ser un joven licencioso, pasó a ser un fiel siervo de Jesucristo”. Joven, deseo que este sea tu caso.


Recuerda nuevamente, que si te aferras a los placeres terrenales, todos son insatisfactorios, vacíos y vanos. Como las langostas de la visión que tenemos en el Apocalipsis, parecen tener coronas en sus cabezas; pero, como esas mismas langostas, descubrirás que tienen aguijones, verdaderos aguijones, en sus colas. No es oro todo lo que reluce. No es bueno todo lo que sabe dulce. No es un placer verdadero todo lo que complace momentáneamente.


Ve y tomo tu porción de placeres terrenales si así lo deseas; tu corazón jamás quedará satisfecho con ellos. Siempre habrá una voz en tu interior que clama, como las hijas de la sanguijuela de Proverbios: “¡Dame! ¡Dame!”. Hay un hueco que solo Dios puede llenar. Descubrirás, como hizo Salomón por experiencia, que los placeres terrenales no son más que un vano espectáculo; vanidad y aflicción de espíritu; sepulcros blanqueados, hermosos a la vista por fuera pero llenos de cenizas y corrupción. Mejor ser sabio a tiempo. Mejor escribir “veneno”en todos los placeres terrenales. El más legítimo de ellos debe utilizarse con moderación. Todos ellos destruyen el alma si les entregas tu corazón5.


Y aquí no tengo reparo en advertir a todos los jóvenes que deben recordar el séptimo mandamiento y cuidarse de todo adulterio, de toda fornicación e impureza de cualquier tipo. Me temo que a menudo falta franqueza al hablar de esta parte de la Ley de Dios. Pero cuando veo cómo han tratado esta cuestión los profetas y los apóstoles; cuando observo la claridad con que la denuncian los propios reformadores de nuestra Iglesia; cuando veo el número de jóvenes que siguen los pasos de Rubén, Ofni, Finees y Amnón; no puedo callarme y tener la conciencia tranquila. Dudo que el mundo sea mejor por el excesivo silencio que rodea a este mandamiento. En lo que a µi concierne, creo que sería una falsa delicadeza y contraria a la Escritura el dirigirse a los jóvenes sin hablar de lo que es “el pecado del joven por excelencia”.


El quebrantamiento del séptimo mandamiento es el pecado que, como dice Oseas, “[quita] el juicio” más que ningún otro (Oseas 4:11). Es el pecado que deja cicatrices mæás profundas en el alma que cualquier otro que cometa el hombre. Es un pecado que mata a miles en todas las épocas y que ha derribado a no pocos santos de Dios en el pasado. Lot, Sansón y David son terribles pruebas de ello. Es el pecado al que el hombre se atreve a sonreír y que suaviza con los nombres de diversión, inseguridad, insensatez y desliz esporádico. Pero es el pecado en el que el diablo se regocija particularmente, puesto que él es el “espíritu inmundo”, y es el pecado que Dios abomina particularmente y declara que “juzgará” (Hebreos 13:4).


Joven, “[huye] de la fornicación” (1 Corintios 6:18) si amas la vida. “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6). Huye de sus oportunidades, de la campañía de aquellos que pueden inducirte a ella, de los lugares donde puedas ser tentado a ella. Lee lo que dice nuestro Señor acerca de ella en Mateo 5:28. Sé como el santo Job: “[Haz] pacto con [tus] ojos” (Job 31:1). Evita hablar de ella. Es una de las cosas que no deben nombrarse siquiera. No se puede jugar con brea sin mancharse. Evita los pensamientosrelacionados con ella: resístelos, mortifícalos, ora contra ellos, haz cualquier sacrificio antes que ceder. La imaginación es a menudo el caldo de cultivo donde germina el pecado. Vigila tus pensamientos y habrá poco que temer en cuanto a tus actos.


Extracto de “Pensamientos para jóvenes” por J.C. Ryle.