Puede ser que la respuesta a esta pregunta sea más compleja
de responder que si nos pidieran que definiéramos qué es una ‘hipostasis’. Sin
embargo, una de las cosas de las que no podemos huir o ser indiferentes en todo
el tiempo de nuestro peregrinar es esta. Incomódenos o no, la vida temporal de
los hijos de Dios, de muchas formas se verá matizada por el contexto en que
vivimos. Ya sea que gocemos de libertad para desarrollar la fe o estemos en persecución,
que estemos en pobreza o abundancia, que exista un freno externo al mal o esa
barrera no esté o no bien definida, no podemos afirmar que estas cosas que
pueden proveer los gobiernos humanos, nos resultará indiferentes, encogernos de
hombros y pensar: ‘lo que será, será’.
Tampoco, por supuesto, diremos que la elección de
gobernantes es algo determinante o fundamental al desarrollo de la iglesia de
Cristo y rogaría que no se viera así. En épocas de elecciones hay mucha euforia
por hacer ver esto así, pero no lo es. Si algo define la vida de fe, es que no
depende de los gobiernos humanos para desarrollarse y crecer. La iglesia ha
podido sobrevivir a monarquías, gobiernos absolutistas, democráticos, y ha
sabido sobrevivir bajo tendencias capitalistas, comunistas, socialistas, etc.
Con más privilegios en unos gobiernos más que otros, pero eso no ha determinado
su supervivencia que sí está asegurada por la promesa de Cristo: ‘Las puertas
del hades no prevalecerán contra ella’.
Antes de proseguir, deseo dejar bien en claro al menos tres
cosas.
La primera es que no pienso tener la verdad absoluta en este
tema. ¿Quién la tiene? ¿Se podrá? Estamos hablando de instituciones humanas, lo
que implica el gobierno de humanos sobre humanos. Y esto pudiera ser utópico si
no es por la realidad del pecado. Pretender dogmatizar sobre la cambiante vida
del hombre, es vano.
Segundo, No estoy a favor de ninguno de los candidatos
presentes. En verdad no lo estoy. Esta impotencia a la hora de tomar partido
creo que me perseguirá hasta después de las elecciones. Tampoco tengo un ánimo
enfermizo en contra de alguno. Simplemente podría definir mi posición como ‘el
que mira a la distancia’.
Tercero, hablo como cristiano, lo que indica que tengo intereses
creados en este asunto: los intereses del reino de Dios y la Iglesia. No, no
una denominación ni un grupo cristiano que está en política o apoyando a un
candidato, hablo de la Iglesia de Cristo y el avance del evangelio Bíblico en
nuestro medio. Hablo pensando en el decreto de Dios de revelar a su Hijo para
la salvación de pecadores, del evangelismo y del avance del gobierno divino en
los corazones de los hombres. A la vez hablo con respeto de quienes están en
eminencia y como alguien que ora por ellos, a veces con dolor y a veces
desafiado.
¿Qué podemos
esperar?
Creo que una de las cosas que más nos daría luz a la hora de
pensar en una elección será el determinar ¿Para qué están los gobiernos
humanos? ¿Cuál debe ser nuestra expectativa en general de ellos? Algunos espíritus
particulares, apasionados con que el
reino de Dios venga a través de los gobiernos humanos, tienen la expectativa
que el gobernante electo, debe llevar a una nación a los pies de Jesucristo,
sea por leyes o espada. Ellos piensan que un buen gobierno traería el cambio de
las personas gobernadas y el consecuente cambio moral en una sociedad. El punto
es que según la Biblia, eso no es tarea de los gobernantes sino de Dios por medio
del Espíritu Santo obrando a través del evangelio. Los gobiernos humanos tienen
el deber de guardar la justicia y la paz externa y hasta donde representen esto
con leyes y la espada, deben ser apoyados (Rom.13:1-10) y nunca tener la
expectativa sobre ellos que harán lo que es potestativo de Dios en la salvación
del alma y por el evangelio. Definir bien el alcance de los gobiernos nos
ahorrará discusiones infructuosas.
Sin embargo, en la organización Teocrática de Israel, se nos
dan los parámetros que un rey debería tener. Estos parámetros pueden darnos luz con respecto al estándar de
Dios en un mundo real, de reyes pecadores, gobernando seres pecadores. Puedo
creer que aunque un gobernante no tenga la potestad de tratar con el alma, un
buen gobernante refrenará la maldad y promocionará la justicia y equidad de la
mejor forma que pueda con lo que tenga. Y quien más que un gobernante de
principios cristianos podrá representar lo que Dios desea en los gobiernos
humanos. Esto lo digo para que meditemos en que si bien no elegiríamos a un
cristiano para ser ‘el pastor de Colombia’, un buen y verdadero cristiano sí
representaría mejor la justicia y equidad externa, que es su campo.
Sin embargo, siendo conscientes que estamos bajo una
organización política secularizada, la labor, mientras procuramos algo mejor,
será tener expectativas reales de los gobiernos humanos. En verdad hay personas
que suspiran por el gobernante que no demandará impuestos, que dé subsidios, que
nos dé abundancia a cambio de ningunos estándares de productividad y que erradique
a los malos, no estando nosotros entre ellos, por supuesto. Es una visión no
solo idealista sino caricaturesca de una sociedad real.
Ahora, si el papel de los gobiernos humanos es la promoción
de la justicia, la igualdad y el refreno de la maldad externa, nuestros ojos
deben tratar de ser muy generales en las propuestas que promuevan lo que los gobiernos
pueden dar y no juzgar los candidatos a la luz de los que nunca pudieran dar. Y
aquí, a riesgo de parecer parcializado, rogaría considerar qué o quién es el máximo
gobernante de nuestro país. El árbitro final, la última instancia, lo que debe
matizarlo todo. No, no es el Presidente, es nuestra Constitución. Aun el Señor
presidente está bajo ella. Son las leyes las que sostienen un gobierno y un
país.
Pero cuando un gobernante se pone sobre las leyes y modifica
los estándares de justicia y moldea como la plastilina lo que es bueno o malo,
cambiando las reglas de juego cuando lo ve prudente, según un afán, entonces
estamos en grave peligro, pues ¿Por qué no seguir moldeando la justicia al
criterio del gobernador para llamarle a lo malo bueno y lo bueno malo? ¿En qué
tipo de justicia vamos a terminar? No soy un enemigo de la paz externa, entre
la paz y la guerra, obvio la paz es lo que un gobierno debe promocionar. Pero la
paz que nos quieren dar es una paz por sobre la justicia y eso tenemos que pensarlo
muy bien. Es una falsa paz porque no se fundamenta en la ley sino en una
caricatura de ella. Por lo que la rebelión externa será aún más difícil de
frenar.
Por otro lado, ¿La guerra es la solución? Por supuesto que
no. El asa de la guerra siempre está al rojo vivo y quema irreparablemente a
una nación que la toma, aunque sea por necesidad. Puede que, efectivamente como
se ha visto en la historia, el mal acabe un mal, o por decirlo con claridad, la
guerra acabe con otra. Es un precio muy alto, pero a veces pasa. Sin embargo no
creo que la conciencia del cristiano se vea satisfecha al considerar que la
guerra acaba con seres humanos hechos a imagen de Dios y que esta promueve las
pasiones más bajas y miserables de los hombres. Suele pasar que los que están más
al centro del conflicto llegan a perder de vista el porqué de la lucha y
cauterizados, tengan en la mente más la muerte que la paz. Eso lo hemos visto
en las conocidas masacres de grupos paramilitares, guerrilleros y hasta
militares. Somos un país de muerte, de violencia. Así que no, la guerra tampoco
es la solución.
Pero, ¿Acaso son las dos únicas opciones? Por supuesto que
no, creo que no hablamos de una moneda de solo dos caras, paz o guerra. Creo
que sobre la mesa debe plantearse un menú más variado. La justicia, la reforma
de ella, le agilidad del aparato judicial, la promoción de oportunidades,
el sostenimiento de nuestro campo,
nuestros recursos, deberían matizar la elección de un candidato y no solo la incómoda
moneda que nos quieren hacer ver.
Concluyendo.
Sabiendo que mucho de la profesión cristiana tiene que ver
con la conciencia, el voto debe ser una expresión de nuestra libertad en
Cristo, de nuestra conciencia y de un entendimiento más Bíblico de lo que
apoyamos con un candidato. Repasemos Romanos 13 antes que las propuestas de
ellos. Mirémoslos a la luz de su acato a la ley y respeto hacia ella. Mirémoslos
a la luz de lo que pueden generar sus principios con respecto al refrenamiento
del mal o la promoción e institucionalización de ella. Mirémoslos en su ánimo
de mantener la paz y la igualdad externas.
Pero considere estas tres cosas finales:
Primera, Tenga en cuenta que sea quien sea, el mejor candidato
o el menos peor. Sea el de sus afectos o no, nunca pierda de vista que ellos
van a gobernarnos a nosotros, un pueblo difícil de gobernar. En verdad somos un
pueblo perezoso, facilista, poco laborioso y emprendedor. Por lo que sea quien
sea el gobernante tendrá que lidiar con lo que tienen para gobernar. Un pueblo
que marcha por sus derechos pero que se incomoda y sufre y lucha y descuida sus
deberes. Verá que no pasará mucho tiempo para que el próximo gobernante tenga
que vérselas con subsidios, impuestos, paros, revueltas, violencia, corrupción,
etc.
Eso somos y eso nos llama la atención como cristianos que lo
que no viene por la organización política externa, solo puede venir cuando el
evangelio sea atesorado en los corazones. Seamos cabales y sobrios en nuestras aspiraciones
gubernamentales.
Segundo, sea quien sea electo el domingo, sea el que queríamos
o el que no, nuestro vocabulario debe cambiar para con el electo. Ahora será una autoridad y debemos
dispensarle la honra que Dios espera de ellos y someternos en esos asuntos
externos con los que nos rige a menos que nos lleve a blasfemar el nombre de
Dios. El corazón de un creyente, sea cual sea el resultado del Domingo, debería
estar tranquilo porque cree que Dios hizo su voluntad a través del medio del
voto o la abstención. No es un hipercalvinismo (ya que presupongo que el
creyente hizo uso de los medios del voto para manifestar su posición), pero es
la aceptación tranquila de la voluntad de Dios. La iglesia no depende en su ejercicio
de un gobierno sino del Gobierno Divino. Así que oremos y sigamos las tareas
del Reino de Dios.
Tercero, mientras nuestras leyes, máximo arbitro de nuestro
país, tenga como una opción el voto en blanco, no deja de ser una opción para
los que a conciencia no ven en los candidatos lo que según su perspectiva,
debería ser uno. El voto en blanco no es el salvoconducto para criticar a los
que se inclinaron por un nombre, no es la excusa para recordarles amargamente su
error a los que eligieron un nombre, ni el motivo para darnos un aire de
superioridad para los que si marcaron un candidato. El voto en blanco debe ser
una posición igual de humilde, de espera en Dios y de conciencia cristiana para
el que opta por eso, no la excusa para el pecado.
Sin embargo creo que la abstención si es una especie de
resentimiento o indiferencia. Es la salida más fácil y perezosa de los que no desean
las demandas de una ciudadanía pero si el beneficio de ella.
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