jueves, 22 de octubre de 2015

¿POR QUIÉN VOTAR?




Puede ser que la respuesta a esta pregunta sea más compleja de responder que si nos pidieran que definiéramos qué es una ‘hipostasis’. Sin embargo, una de las cosas de las que no podemos huir o ser indiferentes en todo el tiempo de nuestro peregrinar es esta. Incomódenos o no, la vida temporal de los hijos de Dios, de muchas formas se verá matizada por el contexto en que vivimos. Ya sea que gocemos de libertad para desarrollar la fe o estemos en persecución, que estemos en pobreza o abundancia, que exista un freno externo al mal o esa barrera no esté o no bien definida, no podemos afirmar que estas cosas que pueden proveer los gobiernos humanos, nos resultará indiferentes, encogernos de hombros y pensar: ‘lo que será, será’.
Tampoco, por supuesto, diremos que la elección de gobernantes es algo determinante o fundamental al desarrollo de la iglesia de Cristo y rogaría que no se viera así. En épocas de elecciones hay mucha euforia por hacer ver esto así, pero no lo es. Si algo define la vida de fe, es que no depende de los gobiernos humanos para desarrollarse y crecer. La iglesia ha podido sobrevivir a monarquías, gobiernos absolutistas, democráticos, y ha sabido sobrevivir bajo tendencias capitalistas, comunistas, socialistas, etc. Con más privilegios en unos gobiernos más que otros, pero eso no ha determinado su supervivencia que sí está asegurada por la promesa de Cristo: ‘Las puertas del hades no prevalecerán contra ella’.
Antes de proseguir, deseo dejar bien en claro al menos tres cosas.
La primera es que no pienso tener la verdad absoluta en este tema. ¿Quién la tiene? ¿Se podrá? Estamos hablando de instituciones humanas, lo que implica el gobierno de humanos sobre humanos. Y esto pudiera ser utópico si no es por la realidad del pecado. Pretender dogmatizar sobre la cambiante vida del hombre, es vano.
Segundo, No estoy a favor de ninguno de los candidatos presentes. En verdad no lo estoy. Esta impotencia a la hora de tomar partido creo que me perseguirá hasta después de las elecciones. Tampoco tengo un ánimo enfermizo en contra de alguno. Simplemente podría definir mi posición como ‘el que mira a la distancia’.
Tercero, hablo como cristiano, lo que indica que tengo intereses creados en este asunto: los intereses del reino de Dios y la Iglesia. No, no una denominación ni un grupo cristiano que está en política o apoyando a un candidato, hablo de la Iglesia de Cristo y el avance del evangelio Bíblico en nuestro medio. Hablo pensando en el decreto de Dios de revelar a su Hijo para la salvación de pecadores, del evangelismo y del avance del gobierno divino en los corazones de los hombres. A la vez hablo con respeto de quienes están en eminencia y como alguien que ora por ellos, a veces con dolor y a veces desafiado.

¿Qué podemos esperar?
Creo que una de las cosas que más nos daría luz a la hora de pensar en una elección será el determinar ¿Para qué están los gobiernos humanos? ¿Cuál debe ser nuestra expectativa en general de ellos? Algunos espíritus particulares,  apasionados con que el reino de Dios venga a través de los gobiernos humanos, tienen la expectativa que el gobernante electo, debe llevar a una nación a los pies de Jesucristo, sea por leyes o espada. Ellos piensan que un buen gobierno traería el cambio de las personas gobernadas y el consecuente cambio moral en una sociedad. El punto es que según la Biblia, eso no es tarea de los gobernantes sino de Dios por medio del Espíritu Santo obrando a través del evangelio. Los gobiernos humanos tienen el deber de guardar la justicia y la paz externa y hasta donde representen esto con leyes y la espada, deben ser apoyados (Rom.13:1-10) y nunca tener la expectativa sobre ellos que harán lo que es potestativo de Dios en la salvación del alma y por el evangelio. Definir bien el alcance de los gobiernos nos ahorrará discusiones infructuosas.
Sin embargo, en la organización Teocrática de Israel, se nos dan los parámetros que un rey debería tener. Estos parámetros pueden darnos luz con respecto al estándar de Dios en un mundo real, de reyes pecadores, gobernando seres pecadores. Puedo creer que aunque un gobernante no tenga la potestad de tratar con el alma, un buen gobernante refrenará la maldad y promocionará la justicia y equidad de la mejor forma que pueda con lo que tenga. Y quien más que un gobernante de principios cristianos podrá representar lo que Dios desea en los gobiernos humanos. Esto lo digo para que meditemos en que si bien no elegiríamos a un cristiano para ser ‘el pastor de Colombia’, un buen y verdadero cristiano sí representaría mejor la justicia y equidad externa, que es su campo.
Sin embargo, siendo conscientes que estamos bajo una organización política secularizada, la labor, mientras procuramos algo mejor, será tener expectativas reales de los gobiernos humanos. En verdad hay personas que suspiran por el gobernante que no demandará impuestos, que dé subsidios, que nos dé abundancia a cambio de ningunos estándares de productividad y que erradique a los malos, no estando nosotros entre ellos, por supuesto. Es una visión no solo idealista sino caricaturesca de una sociedad real.
Ahora, si el papel de los gobiernos humanos es la promoción de la justicia, la igualdad y el refreno de la maldad externa, nuestros ojos deben tratar de ser muy generales en las propuestas que promuevan lo que los gobiernos pueden dar y no juzgar los candidatos a la luz de los que nunca pudieran dar. Y aquí, a riesgo de parecer parcializado, rogaría considerar qué o quién es el máximo gobernante de nuestro país. El árbitro final, la última instancia, lo que debe matizarlo todo. No, no es el Presidente, es nuestra Constitución. Aun el Señor presidente está bajo ella. Son las leyes las que sostienen un gobierno y un país.
Pero cuando un gobernante se pone sobre las leyes y modifica los estándares de justicia y moldea como la plastilina lo que es bueno o malo, cambiando las reglas de juego cuando lo ve prudente, según un afán, entonces estamos en grave peligro, pues ¿Por qué no seguir moldeando la justicia al criterio del gobernador para llamarle a lo malo bueno y lo bueno malo? ¿En qué tipo de justicia vamos a terminar? No soy un enemigo de la paz externa, entre la paz y la guerra, obvio la paz es lo que un gobierno debe promocionar. Pero la paz que nos quieren dar es una paz por sobre la justicia y eso tenemos que pensarlo muy bien. Es una falsa paz porque no se fundamenta en la ley sino en una caricatura de ella. Por lo que la rebelión externa será aún más difícil de frenar.
Por otro lado, ¿La guerra es la solución? Por supuesto que no. El asa de la guerra siempre está al rojo vivo y quema irreparablemente a una nación que la toma, aunque sea por necesidad. Puede que, efectivamente como se ha visto en la historia, el mal acabe un mal, o por decirlo con claridad, la guerra acabe con otra. Es un precio muy alto, pero a veces pasa. Sin embargo no creo que la conciencia del cristiano se vea satisfecha al considerar que la guerra acaba con seres humanos hechos a imagen de Dios y que esta promueve las pasiones más bajas y miserables de los hombres. Suele pasar que los que están más al centro del conflicto llegan a perder de vista el porqué de la lucha y cauterizados, tengan en la mente más la muerte que la paz. Eso lo hemos visto en las conocidas masacres de grupos paramilitares, guerrilleros y hasta militares. Somos un país de muerte, de violencia. Así que no, la guerra tampoco es la solución.
Pero, ¿Acaso son las dos únicas opciones? Por supuesto que no, creo que no hablamos de una moneda de solo dos caras, paz o guerra. Creo que sobre la mesa debe plantearse un menú más variado. La justicia, la reforma de ella, le agilidad del aparato judicial, la promoción de oportunidades, el  sostenimiento de nuestro campo, nuestros recursos, deberían matizar la elección de un candidato y no solo la incómoda moneda que nos quieren hacer ver.
Concluyendo.
Sabiendo que mucho de la profesión cristiana tiene que ver con la conciencia, el voto debe ser una expresión de nuestra libertad en Cristo, de nuestra conciencia y de un entendimiento más Bíblico de lo que apoyamos con un candidato. Repasemos Romanos 13 antes que las propuestas de ellos. Mirémoslos a la luz de su acato a la ley y respeto hacia ella. Mirémoslos a la luz de lo que pueden generar sus principios con respecto al refrenamiento del mal o la promoción e institucionalización de ella. Mirémoslos en su ánimo de mantener la paz y la igualdad externas.
Pero considere estas tres cosas finales:
Primera, Tenga en cuenta que sea quien sea, el mejor candidato o el menos peor. Sea el de sus afectos o no, nunca pierda de vista que ellos van a gobernarnos a nosotros, un pueblo difícil de gobernar. En verdad somos un pueblo perezoso, facilista, poco laborioso y emprendedor. Por lo que sea quien sea el gobernante tendrá que lidiar con lo que tienen para gobernar. Un pueblo que marcha por sus derechos pero que se incomoda y sufre y lucha y descuida sus deberes. Verá que no pasará mucho tiempo para que el próximo gobernante tenga que vérselas con subsidios, impuestos, paros, revueltas, violencia, corrupción, etc.
Eso somos y eso nos llama la atención como cristianos que lo que no viene por la organización política externa, solo puede venir cuando el evangelio sea atesorado en los corazones. Seamos cabales y sobrios en nuestras aspiraciones gubernamentales.
Segundo, sea quien sea electo el domingo, sea el que queríamos o el que no, nuestro vocabulario debe cambiar para con el electo. Ahora será una autoridad y debemos dispensarle la honra que Dios espera de ellos y someternos en esos asuntos externos con los que nos rige a menos que nos lleve a blasfemar el nombre de Dios. El corazón de un creyente, sea cual sea el resultado del Domingo, debería estar tranquilo porque cree que Dios hizo su voluntad a través del medio del voto o la abstención. No es un hipercalvinismo (ya que presupongo que el creyente hizo uso de los medios del voto para manifestar su posición), pero es la aceptación tranquila de la voluntad de Dios. La iglesia no depende en su ejercicio de un gobierno sino del Gobierno Divino. Así que oremos y sigamos las tareas del Reino de Dios.
Tercero, mientras nuestras leyes, máximo arbitro de nuestro país, tenga como una opción el voto en blanco, no deja de ser una opción para los que a conciencia no ven en los candidatos lo que según su perspectiva, debería ser uno. El voto en blanco no es el salvoconducto para criticar a los que se inclinaron por un nombre, no es la excusa para recordarles amargamente su error a los que eligieron un nombre, ni el motivo para darnos un aire de superioridad para los que si marcaron un candidato. El voto en blanco debe ser una posición igual de humilde, de espera en Dios y de conciencia cristiana para el que opta por eso, no la excusa para el pecado.

Sin embargo creo que la abstención si es una especie de resentimiento o indiferencia. Es la salida más fácil y perezosa de los que no desean las demandas de una ciudadanía pero si el beneficio de ella. 
 

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