viernes, 22 de marzo de 2019

El Médico por excelencia

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Y Leví le ofreció un gran banquete en su casa; y había un grupo grande de recaudadores de impuestos y de otros que estaban sentados a la mesa con ellos. Y los fariseos y sus escribas se quejaban a los discípulos de Jesús, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con los recaudadores de impuestos y con los pecadores? Respondiendo Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento (Lucas 5:29-32).
Uno de los principales oficios de Cristo es el de Médico. A los escribas y fariseos les parecía mal que Él comiera y bebiera con los publicanos y pecadores. Pero “al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”.
El Señor Jesús no vino a este mundo, como algunos suponen, para no ser nada más que un legislador, un rey, un maestro y un ejemplo. Si este hubiera sido el único propósito de su venida, habría resultado poco consolador para el hombre. Las dietas y las normas de vida están muy bien para el convaleciente, pero no sirven para aquel que tiene una enfermedad mortal. Un maestro y un ejemplo pueden bastar para un ser no caído como Adán en el huerto de Edén. Pero los pecadores caídos como nosotros necesitan primero ser sanados antes de poder apreciar las normas.
El Señor Jesús vino al mundo para ser médico además de maestro. Conocía las necesidades de la naturaleza humana. Nos veía enfermos de una enfermedad mortal, derribados por la plaga del pecado y extinguiéndonos día a día. Tuvo misericordia de nosotros y descendió para traernos medicina divina para nuestra liberación. Vino para dar salud y curar a los moribundos, para sanar a los quebrantados de corazón y dar fuerza a los débiles. No hay alma alguna enferma por el pecado que se haya alejado demasiado de Él. Se gloría en sanar y hacer volver a la vida a los casos más desesperados. El gran Médico de las almas se basta en cuanto a destreza infalible, sensibilidad incansable y larga experiencia junto a la enfermedad espiritual del hombre. No hay nadie como Él.
¿Pero qué conocemos nosotros de este oficio especial de Cristo? ¿Hemos reconocido nuestra enfermedad espiritual y acudido a Él en busca de liberación?
Necesitamos que se nos recuerde constantemente que Jesús no vino meramente como maestro, sino como el Salvador de lo que estaba completamente perdido, y que solo pueden recibir beneficio de Él aquellos que confiesen que están perdidos, arruinados y sin esperanza, y que son unos miserables pecadores.
Utilicemos esta tremenda verdad si no lo hemos hecho ya. ¿Somo consciente de nuestra propia maldad e impiedad? ¿Pensamos que no merecemos nada más que ira y condenación? Después, comprendamos que somos las personas por quienes Jesús vino al mundo. Si nos consideramos justos, Cristo no tiene nada que decirnos. Pero, si nos consideramos pecadores, Cristo nos llama al arrepentimiento. Que el llamamiento no sea en vano.     J.C. Ryle

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