lunes, 3 de febrero de 2014

Nuestro Señor Jesucristo no ha muerto en vano.


Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje. Isaías 53:10
Nuestro Señor Jesucristo no ha muerto en vano. Su muerte expiatoria constituyó un sacrificio. Murió como
nuestro sustituto, porque su muerte fue la paga de nuestros pecados y porque su sustitución fue aceptada por Dios. Él salvó a todos aquellos por quienes entregó su vida. Por su muerte se hizo semejante al grano de trigo que lleva mucho fruto. Con su muerte logró una larga posteridad; es «el Padre del eterno siglo».
Él mismo podrá decir: «He aquí, yo y los hijos que me dio Dios». Un padre es honrado en sus hijos, y Jesús
tiene llena su aljaba con estas saetas del valiente. El padre está representado en sus hijos, y Cristo lo es en los cristianos. La vida de un hombre se prolonga y perpetúa en sus descendientes;
de la misma manera la vida de Cristo se continúa en la vida de los creyentes. Jesús vive y ve su linaje; Él fija sus ojos en nosotros y se complace en nosotros y nos reconoce como fruto de sus trabajos. Gocémonos porque el Señor se goza del resultado del sacrificio cruento, y porque nunca cesará de gozarse ante
la mies abundante recogida con su muerte. Sus ojos, que en otro tiempo lloraron sobre nosotros, ahora nos miran con regocijo. ¡Nuestros ojos se encuentran! ¡Cuán grande es el gozo de estas miradas!

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