martes, 23 de abril de 2019

D E D I C A C I Ó N M A T I N A L


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 ¡Dios Todopoderoso! Mientras cruzo el umbral de este día, yo Te confío, a mí misma alma, cuerpo, relaciones, amigos, a tu cuidado.
 Vigílame, guárdame, oriéntame, dirígeme santifícame, bendíceme. Inclina mi corazón hacia Tus caminos.
 Moldéame totalmente a imagen de Jesús, como un alfarero hace con el barro. 
Que mis labios sean un arpa bien afinada para resonar Tu alabanza. 
Haz que aquellos que me rodean me vean viviendo por Tu Espíritu, pisando el mundo bajo los pies, no conformado a las mentirosas vanidades, transformado por una mente renovada, revestido con toda la armadura de Dios, brillando como una luz que nunca disminuye, demostrando santidad en todas mis acciones.
 No permitas que ningún mal este día manche mis pensamientos, palabras, manos. 
Que yo pueda peregrinar por caminos lodosos con una vida pura de mancha u oscuridad. 
En las acciones necesarias, haz que mi afecto esté en el cielo, y mi amor elevado en llamas de fuego, mi mirada fija en cosas invisibles, mis ojos abiertos al vacío, frágiles, lejos de la tierra y sus vanidades.
 Que yo pueda consultar todas las cosas en el espejo de la eternidad, a la espera de la venida de mi Señor, oyendo el llamado de la última trompeta, avivando el nuevo cielo y la nueva tierra. 
Ordena en este día todas mis conversaciones de acuerdo con Tu sabiduría, y a la ganancia del bien común.
 No permitas que yo no sea beneficiado o hecho útil. Que yo pueda hablar cada palabra como si fuera mi última palabra, y andar cada paso como el último.
 Si mi vida fuera a terminar hoy, que este sea mi mejor día. 
Oraciones puritanas 

martes, 9 de abril de 2019

E N O R A C I Ó N


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 ¡Oh Señor!
 En oración yo me lanzo lejos, en el mundo eterno, y en este gran océano, el alma mía triunfa sobre todos los males, en las orillas de la mortalidad. El tiempo con sus diversiones alegres y decepciones crueles nunca parecen tan desconsideradas como en esta ocasión. 

En oración me veo como nada; Encuentro mi corazón buscándote con intensidad y anhelo con sed vehemente vivir para Ti. Benditos sean los fuertes vientos del Espíritu Santo que en mí apresuran, mi camino hacia la Nueva Jerusalén.

 En oración, todas las cosas aquí abajo se desvanecen, y nada parece importante, sino solamente la santidad del corazón y la salvación de los demás.

 En oración todas mis preocupaciones mundanas, miedos, angustias, desaparecen, y son de tan poca importancia como un soplo de viento.

 En oración, mi alma se regocija interiormente con pensamientos vivificados como los que Tú estás haciendo para Tu iglesia, y yo ansío que Tú obtengas un grandioso nombre de los pecadores que vuelven a Sion.

 En oración yo soy elevado por encima de los ceños fruncidos y lisonjas de la vida, y saboreo las alegrías celestiales; entrando en el mundo eterno yo puedo entregarme a Ti con todo mi corazón, para ser Tuyo para siempre.  

En oración yo puedo colocar todas mis preocupaciones en Tus manos, y estar a Tu entera disposición, no teniendo ninguna voluntad o interés propio.

 En oración yo puedo interceder por mis amigos, ministros, pecadores, iglesia, Tu Reino venidero, con mayor libertad, esperanzas ardientes, como un hijo a su padre, como alguien que ama a su amado. 

Ayúdame a estar siempre en oración y nunca dejar de orar.

Oraciones puritanas

viernes, 5 de abril de 2019

La gran importancia de perseverar en oración

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También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:1-8).
Estos versículos nos enseñan la gran importancia de perseverar en oración. Nuestro Señor transmite esta lección contando la historia de una viuda sin amigos que consiguió, a fuerza de una gran importunidad, que un juez malvado hiciera justicia. “Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre—dijo el juez injusto—, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia”. Nuestro Señor mismo aporta la aplicación de la parábola: “Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?”. Si la importunidad consigue tanto de un hombre malo, ¡cuánto más conseguirá para los hijos de Dios de parte del Juez justo, su Padre celestial!
El asunto de la oración debería interesar a los cristianos. La oración es el aliento vital mismo del cristianismo genuino. Aquí es donde comienza la religión. Aquí florece. Aquí decae. La oración es una de las primeras evidencias de la conversión (Hechos 9:11). No orar es el camino seguro a la caída (Mateo 26:40-41). Todo lo que arroja luz sobre la cuestión de la oración es saludable para nuestra alma.
Por tanto, grábese profundamente en nuestras mentes que es mucho más fácil comenzar con el hábito de la oración que conservarlo. El temor a la muerte, algún remordimiento de conciencia transitorio, algunos sentimientos de emoción pueden hacer que alguien comience a orar inmediatamente, pero continuar orando requiere fe. Tenemos tendencia a cansarnos y a ceder a la sugerencia de Satanás de que no vale para nada. Y es entonces cuando debemos recordar con cuidado la parábola que tenemos delante. Recordemos que nuestro Señor nos dijo expresamente que debíamos “orar siempre, y no desmayar”.
¿Sentimos siempre una inclinación secreta a ir rápido en nuestras oraciones, a descuidarlas o hasta omitirlas? Cuando este ocurre, sin duda es una tentación directa del diablo. Está tratando de socavar y minar la ciudadela misma de nuestras almas y hacernos descender al Infierno. Resistamos la tentación y démosle la espalda. Decidamos orar con firmeza, paciencia y perseverancia, y nunca dudemos de que nos hace bien. Por mucho tiempo que tarde en llegar la respuesta, sigamos orando. Independientemente del sacrificio y la negación de mí mismo que suponga, continuemos orando: “Orad sin cesar”, “perseverad en la oración” (1 Tesalonicenses 5:17; Colosenses 4:2). Armemos nuestras mentes con esta parábola y, mientras vivamos, entre todas las cosas a las que dedicamos tiempo, apartemos tiempo para orar.   J.C. Ryle