La libertad cristiana
La libertad cristiana es un apéndice a la justificación. Algunas personas, bajo el pretexto de esta libertad, pierden toda obediencia a Dios y buscan indulgencia para sus escandalosos deseos. Algunos la desprecian, diciendo que es subversiva de toda moderación, orden y distinción moral. Pero, a menos que la libertad cristiana pueda ser comprendida, no puede haber un recto conocimiento de Cristo, ni de la verdad evangélica o de la paz interna de la mente.
¿Como encajar el tema de la libertad cristiana?. Calvino da una exposición de libertad cristiana en el Libro II, capítulo 19. La libertad cristiana significa, en resumen, «obediencia solamente en el Señor».
La libertad cristiana tiene tres partes. La primera es que las conciencias de los creyentes deben estar basadas en la ley de Dios. … La totalidad de la vida cristiana tiene que ser un ejercicio de piedad porque los cristianos son llamados a la santificación,…
La segunda parte de la libertad cristiana es que las conciencias de los creyentes no observan la ley, como estando bajo cualquier obligación legal, sino que rinden una voluntaria obediencia a la voluntad de Dios. El precepto de la Ley es el amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas; por tanto, nuestros corazones tienen que estar liberados de todos los deseos, nuestras almas apartadas de todas otras percepciones y pensamientos y nuestras fuerzas concentradas sobre este único punto. La Ley demanda un perfecto amor y condena toda imperfección que es la marca de todos nuestros pensamientos y acciones. Todas nuestras acciones están sujetas a la maldición de la Ley. Pero si los creyentes oyen a Dios que nos llama de forma paternal, entonces responderán a Su llamada y seguirán Su guía con alegría y prontitud. Como hijos que son tratados por sus padres de una manera más libre y no vacilan en presentarles sus acciones imperfectas y con fallos, así los creyentes serán aprobados por nuestro más indulgente Padre.
La tercera parte de la libertad cristiana nos enseña que no estamos ligados ante Dios por ninguna obligación que respecte a cosas externas o indiferentes, las cuales podemos usar u omitir. El conocimiento de esto es muy necesario para nosotros, sin él no tendremos tranquilidad de conciencia; pero tenemos que observar cuidadosamente que la libertad cristiana es, en todos sus aspectos, una cosa espiritual. Toda su virtud consiste en aplacar las conciencias aterrorizadas ante Dios. Las conciencias están inquietas y solícitas concernientes a la remisión de sus pecados; están ansiosas por conocer si sus acciones, imperfectas y contaminadas, son aceptables a Dios o están atormentadas con respecto al uso de las cosas indiferentes.
En el uso de nuestra libertad cristiana no tenemos ni que dar ni tomar ofensa. Necesitamos en todas las ocasiones estudiar la caridad y conservar a la vista la edificación de nuestro prójimo. «Todas las cosas son licitas para mí; pero todas las cosas no edifican. Que nadie busque lo suyo propio, sino lo de los otros», dice el Apóstol San Pablo. Pero el evitar las ofensas es aplicable sólo a las cosas indiferentes y sin importancia. Los deberes necesarios no pueden ser omitidos por el temor a cualquier ofensa; pues como nuestra libertad ha de estar sujeta a la caridad, así la caridad debe estar subordinada a la pureza de la fe. No debemos ofender a Dios por amor a nuestro prójimo; nunca debemos apartarnos de las ordenanzas de Dios, no tenemos libertad de desviarnos ni lo ancho de un cabello de Sus mandatos y es ilegal el intentar, bajo cualquier pretexto, cualquier cosa que Dios no permita.
Las conciencias de los creyentes tienen, en consecuencia, el privilegio de haber sido liberadas por el favor de Cristo de todas las obligaciones necesarias acerca de todas aquellas cosas que al Señor le ha placido dejarlas libres. De aquí concluimos que están exentas en cuanto a ellas de toda autoridad humana. La muerte de Cristo se haría vana si nuestras almas sufren por estar sujetas a los hombres. Pero esto no quiere decir que destruyamos y hagamos subversión de toda obediencia a los hombres.
Extracto del libro "Calvino profeta contemporáneo". Aticulo de J. CHR. COETZÉE
La libertad cristiana tiene tres partes. La primera es que las conciencias de los creyentes deben estar basadas en la ley de Dios. … La totalidad de la vida cristiana tiene que ser un ejercicio de piedad porque los cristianos son llamados a la santificación,…
La segunda parte de la libertad cristiana es que las conciencias de los creyentes no observan la ley, como estando bajo cualquier obligación legal, sino que rinden una voluntaria obediencia a la voluntad de Dios. El precepto de la Ley es el amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas; por tanto, nuestros corazones tienen que estar liberados de todos los deseos, nuestras almas apartadas de todas otras percepciones y pensamientos y nuestras fuerzas concentradas sobre este único punto. La Ley demanda un perfecto amor y condena toda imperfección que es la marca de todos nuestros pensamientos y acciones. Todas nuestras acciones están sujetas a la maldición de la Ley. Pero si los creyentes oyen a Dios que nos llama de forma paternal, entonces responderán a Su llamada y seguirán Su guía con alegría y prontitud. Como hijos que son tratados por sus padres de una manera más libre y no vacilan en presentarles sus acciones imperfectas y con fallos, así los creyentes serán aprobados por nuestro más indulgente Padre.
La tercera parte de la libertad cristiana nos enseña que no estamos ligados ante Dios por ninguna obligación que respecte a cosas externas o indiferentes, las cuales podemos usar u omitir. El conocimiento de esto es muy necesario para nosotros, sin él no tendremos tranquilidad de conciencia; pero tenemos que observar cuidadosamente que la libertad cristiana es, en todos sus aspectos, una cosa espiritual. Toda su virtud consiste en aplacar las conciencias aterrorizadas ante Dios. Las conciencias están inquietas y solícitas concernientes a la remisión de sus pecados; están ansiosas por conocer si sus acciones, imperfectas y contaminadas, son aceptables a Dios o están atormentadas con respecto al uso de las cosas indiferentes.
En el uso de nuestra libertad cristiana no tenemos ni que dar ni tomar ofensa. Necesitamos en todas las ocasiones estudiar la caridad y conservar a la vista la edificación de nuestro prójimo. «Todas las cosas son licitas para mí; pero todas las cosas no edifican. Que nadie busque lo suyo propio, sino lo de los otros», dice el Apóstol San Pablo. Pero el evitar las ofensas es aplicable sólo a las cosas indiferentes y sin importancia. Los deberes necesarios no pueden ser omitidos por el temor a cualquier ofensa; pues como nuestra libertad ha de estar sujeta a la caridad, así la caridad debe estar subordinada a la pureza de la fe. No debemos ofender a Dios por amor a nuestro prójimo; nunca debemos apartarnos de las ordenanzas de Dios, no tenemos libertad de desviarnos ni lo ancho de un cabello de Sus mandatos y es ilegal el intentar, bajo cualquier pretexto, cualquier cosa que Dios no permita.
Las conciencias de los creyentes tienen, en consecuencia, el privilegio de haber sido liberadas por el favor de Cristo de todas las obligaciones necesarias acerca de todas aquellas cosas que al Señor le ha placido dejarlas libres. De aquí concluimos que están exentas en cuanto a ellas de toda autoridad humana. La muerte de Cristo se haría vana si nuestras almas sufren por estar sujetas a los hombres. Pero esto no quiere decir que destruyamos y hagamos subversión de toda obediencia a los hombres.
Extracto del libro "Calvino profeta contemporáneo". Aticulo de J. CHR. COETZÉE