Por amor a ustedes, queridos amigos,
me atrevo a aparecer de nuevo en público para ser su monitor fiel1 para impulsarlos hacia su deber y fomentar la
obra de Dios en sus almas y la adoración de Dios en sus familias. Y no sé cómo
puede emplear un ministro su nombre, sus estudios y su pluma de mejor manera
(aparte de la convicción y la conversión de almas particulares), que imponiendo
sobre los cabezas de familia que se ocupen de las almas que estén a su cargo.
Esto tiene una tendencia directa a la reforma pública. La religión empieza en
los individuos y se transmite a sus parientes, y las esferas relacionales menores
componen una entidad mayor: las iglesias y las mancomunidades están formadas
por familias. Existe una queja general por la decadencia del poder de la piedad
y la inundación2 de las cosas profanas,3 y con razón. No conozco mejor remedio que la
piedad doméstica:4 Si los gobernadores
enseñaran a sus subalternos mediante consejos y ejemplos, les desagradaran5 las enormidades6 y las
restringieran, fomentando con celo la santidad, clamando a Dios en unidad y con
fervor, pidiéndole que obrara con eficacia y realizara aquello que ellos no
pueden hacer, ¿quién puede decir qué bendita alteración vendría a continuación?
En vano se quejan de magistrados y
ministros, mientras ustedes que son
padres de familia son infieles a su cometido. Se quejan de que el mundo está en
mal estado: ¿Qué hacen ustedes para
remediarlo? No se quejen tanto de los demás, sino de ustedes mismos, y no se
quejen tanto antes los hombres, sino delante de Dios. Suplíquenle a Dios que
haga una reforma, y secunden7 también sus
oraciones con ferviente esfuerzo, ocúpense de su propio hogar y actúen para
Dios dentro de este ámbito. Conforme vayan teniendo más oportunidad de
familiaridad con los que viven dentro de su casa, más autoridad tendrán sobre
ellos porque ellos dependerán de ustedes para que influyan en ellos. Y si no
mejoran este talento, tendrán terribles cuentas que rendir, sobre todo cuando
sus manos tengan que responder de la sangre de ellos, porque el pecado que
cometieron se cargará sobre la negligencia de ustedes.
¡Oh, señores! ¿No han pecado ustedes
ya bastante, sino que tienen que acarrear sobre ustedes la culpa de toda su
familia? Son ustedes los que hacen que los
tiempos sean malos y provocan juicios sobre la nación. ¿Preferirían ver las
angustias de sus hijos y oírlos gritar en medio de tormentos infernales, o
hablarles una palabra para su instrucción, escucharlos llorar bajo su
corrección o suplicarle a Dios por su salvación? ¡Oh crueles tigres y monstruos
bárbaros! Tal vez ustedes se imaginan que son cristianos; sin embargo, a mi
juicio, un hombre que no mantiene la adoración de Dios como costumbre en su
familia no es digno de ser un comulgante8 adecuado de
la Santa Cena. Merece amonestación y censura9 por este
pecado de omisión así como por los escandalosos pecados de comisión; y es que
traiciona su vil hipocresía al pretender ser un santo fuera, cuando es una
bestia en su casa. Porque un cristiano bien nacido10 [respeta]
todos los mandamientos de Dios. Es de los que son justos delante de Dios y «se
conduc[en] intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc
1:6). Que los otros vayan en medio de la manada de los profanos y que les vaya
al final como les va a aquellos, que no se preocupan por su familia o de la
piedad familiar. Los que no oran ahora, llorarán más tarde: «Señor, Señor,
ábrenos» cuando la puerta se cierre (Mt 25:11). Sí, los que ahora no quieren
clamar por un mendrugo de misericordia lo harán en el Infierno por una «gota de
agua que calme sus lenguas abrasadas en los tormentos eternos» (cf. Lc 16:22-24).
A estos hipócritas que se autodestruyen les recomiendo que consideren
seriamente Proverbios 1:24-31; Job 8:13-15; 27:8-10. ¡Oh cuán gran honor que el
Rey del Cielo le admita a uno en la cámara de su presencia11 con la familia, dos veces al día para
confesar los pecados; pedir perdón y provisiones de misericordia; para darle la
gloria por Su bondad, y depositar la carga sobre Él y obtener alivio! Espero
que no sean nunca reacios a esto ni se cansen de ello, ¡que Dios no lo permita!
El que quiere tener buena salud no se queja a la hora de comer. Reconozcan y
observen esos momentos designados para venir a Dios. Si uno promete encontrarse
con una persona importante a una hora concreta, cuando el reloj da la hora se
levanta, pide perdón y le dice a quien lo acompaña que [alguien] le espera, que
debe marcharse. No se tomen más libertad con Dios de la que se tomarían con los
hombres y mantengan su corazón continuamente en disposición de hacer su deber.
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Oliver Heywood (1630—1702): Erudito puritano no
conformista. Expulsado de su púlpito en 1662 y excomulgado, Heywood predicó
principalmente en casas privadas después de la Gran Expulsión.
Notas:
1 Monitor: aquel que advierte de las faltas o
informa del deber.
2 Inundación: desbordamiento; abrumador por la
abundancia.
3 Profano: desdén o irreverencia hacia lo sagrado;
en particular el uso de un lenguaje que implica
falta de respeto hacia Dios.
4 Piedad doméstica: reverencia hacia Dios, amor por
Su carácter y obediencia a Su voluntad en el
5 Desagradar: considerar con desfavor.
6 Enormidades: ofensas monstruosas o males;
ultrajes.
7 Secundar: apoyar; ayudar.
8 Comulgante: persona que recibe la Santa Cena.
9 Amonestación y censura: advertencia y juicio
espiritual por parte de la iglesia.
10 Bien nacido: con buenas maneras y refinado.
11 Cámara de la presencia: la habitación en la que
una persona de alcurnia recibe compañía.
Tomado de «The Family Altar» [El altar de la familia], The Works of Oliver Heywood [Las obras de Oliver
Heywood], Vol 4, reeditado por Soli Deo Gloria, cortesía de Chapel Library. Traducción al español de IBR, todos los
derechos reservados © 2015 IBR.
Usado con permiso.