martes, 29 de enero de 2013
lunes, 28 de enero de 2013
Basado en la Gracia por R.C. Sproul
Basado en la Gracia
por R.C. Sproul
El histórico debate entre el Protestantismo y el Catolicismo romano a menudo se enmarca en los términos de una discusión entre obras o fe y mérito o gracia. Los reformadores magistrales expresaron su opinión sobre la justificación a través de un arquetipo teológico de lemas en latín, y las frases que utilizaban: sola fide y sola gratia, se han afianzado profundamente en la historia protestante. Sola fide, o “sólo fe” niega que nuestras obras contribuyan al fundamento de nuestra justificación, mientras que sola gratia, o “sólo gracia”, niega que cualquier mérito propio contribuya a nuestra justificación.
El problema de los lemas es que, en su función de arquetipos teológicos, pueden ser fácilmente malinterpretados o emplearse como licencia para simplificar temas complejos excesivamente. Así, cuando la fe se distingue radicalmente de las obras, algunas distorsiones se cuelan en nuestro entendimiento con facilidad. Cuando los reformadores insistían en que la justificación sólo era por fe, no querían decir que la fe en sí fuese otro tipo de obra más. Al procurar excluir las obras del fundamento de nuestra justificación, no querían sugerir que la fe no contribuyese en nada a la justificación.
EL CORAZÓN DEL PROBLEMA
Puede decirse que el núcleo del debate del siglo XVI sobre la justificación era la cuestión sobre el fundamento de la misma. La base de la justificación es el fundamento por el que Dios declara justa a una persona. Los reformadores insistían en que según la Biblia el único fundamento posible para nuestra justificación es la justicia de Jesucristo. Esto es una referencia explícita a la justicia con la que vivió Cristo su propia vida, no se trata de la justicia de Jesucristo en nosotros sino la justicia de Jesucristo por nosotros. Si nos plantamos de lleno ante la cuestión del fundamento de la justificación, vemos que sola fide es un lema arquetípico no sólo para la doctrina de la justificación por la fe, sino también para la idea de que la justificación es sólo mediante Jesucristo. Dios nos declara justos ante Su presencia sólo en, a través, y por la justicia de Jesucristo. Que la justificación es sólo por fe significa sencillamente que es por o a través de la fe de la manera en la que se nos imputa la justicia de Jesucristo a nosotros. Por tanto, la fe es la causa instrumental, o el medio, por el cual establecemos una relación con Cristo.
Roma enseña que la causa instrumental de la justificación es el sacramento del bautismo (en primer lugar) y el sacramento de la penitencia (en segundo lugar). A través del sacramento, la gracia de la justificación, o la justicia de Jesucristo, se infunde (o se vierte) en el alma del destinatario. Por lo tanto, la persona debe consentir y cooperar con esta gracia infundida hasta tal punto que la verdadera justicia sea inherente al creyente, en cuyo caso Dios declara justa a esa persona. Para que Dios justifique a una persona, primero la persona debe volverse justa. Por consiguiente, Roma cree que para que una persona se vuelva justa necesita tres cosas: gracia, fe, y Jesucristo. Roma no enseña que el hombre se pueda salvar a sí mismo por su propio mérito sin gracia, por sus propias obras sin fe, o por sí mismo sin Jesucristo. ¿Así que por qué se armó tanto alboroto? Ni los debates del siglo XVI, ni las más recientes discusiones y declaraciones conjuntas entre Católicos y Protestantes han sido capaces de resolver el tema clave del debate, la cuestión del fundamento de la justificación. ¿Es la justicia imputada de Jesucristo o la justicia infundada de Jesucristo?
En nuestros días, muchos de los que se enfrentan a este conflicto secular simplemente se encogen de hombros y dicen: “¿Y qué?” o “¿Cuál es el problema?”. Ya que ambas partes afirman que la justicia de Jesucristo es necesaria para nuestra justificación, y que igualmente necesarias son la gracia y la fe, investigar más a fondo en otras cuestiones técnicas parece una pérdida de tiempo o un ejercicio de pedante arrogancia teológica. Cada vez, más y más personas piensan que este debate es como hacer una montaña de un grano de arena.
DOS PERSPECTIVAS
Bien, ¿cuál es el problema? Intentaré responder a esta pregunta desde dos perspectivas: una teológica, y otra personal y existencial.
El gran problema teológico es la esencia del Evangelio. Los problemas no van mucho más allá. La Buena Nueva es que la justicia que Dios exige a sus criaturas fue lograda para ellos por Jesucristo. La obra de Jesucristo cuenta para el creyente. El creyente está justificado en base a lo que Jesucristo hizo por él, fuera de él y aparte de él, no por lo que Jesucristo hace en él. Según Roma, una persona no está justificada hasta que o a menos que la justificación sea inherente a ella. La persona obtiene la ayuda de Jesucristo, pero Dios no calcula, transfiere o le imputa la justicia de Cristo a esa persona.
¿Y qué significa esto personal y existencialmente? La visión de Roma infunde tristeza en mi alma. Si tengo que esperar hasta que la justicia sea inherente en mí para que Dios me declare recto, me queda una larga espera. Según Roma, si cometo un pecado mortal perderé toda la gracia que ahora mismo me justifica. Incluso si la recupero por medio del sacramento de la penitencia, todavía tengo que enfrentarme al purgatorio. Si muero con cualquier impureza en mi vida, debo ir al purgatorio para "purgar" todas las impurezas, y esto puede tardar miles y miles de años en llevarse a cabo.
Qué diferencia tan radical comparado con el Evangelio bíblico, que me garantiza que la justificación ante Dios es mía en el momento en que pongo mi confianza en Jesucristo. Su justicia es perfecta, no puede aumentar ni disminuir. Y si su justicia se imputa en mí, ahora poseo el fundamento total y completo de la justificación.
La cuestión de la justicia imputada contra la justicia infundida no puede resolverse sin rechazar una u otra. Son dos opiniones sobre la justificación que se excluyen mutuamente. Si una es verdadera, la otra tiene que ser falsa. Una de estas opiniones expone el Evangelio bíblico verdadero, el otro es un Evangelio falso. Sencillamente, las dos conjuntamente no pueden ser verdad.
De nuevo, esta cuestión no puede resolverse con una explicación que quede en término medio. Estas dos posturas incompatibles pueden ser ignoradas o minimizadas (como hacen los diálogos modernos a través de la revisión histórica), pero no pueden reconciliarse. Tampoco pueden reducirse a un mero malentendido; ambas partes son demasiado inteligentes para que esto haya ocurrido durante los últimos 400 años.
La cuestión del mérito y la gracia en la justificación está cubierta de nubes de confusión. Roma dice que hay dos tipos de mérito para los creyentes: congruente y digno. El mérito congruente se obtiene realizando obras de satisfacción en conexión con el sacramento de la penitencia. Estas obras no son tan meritorias como para imponerle a un juez justo la obligación de recompensarlas, pero son lo suficientemente buenas para que sean "acordes" o "congruentes" y que Dios las recompense. El mérito digno es una orden superior de mérito lograda por los santos. Pero incluso este mérito, según lo define Roma, está arraigado y basado en la gracia. Es un mérito que no se podría lograr sin la ayuda de la gracia.
Los reformadores rechazaron tanto el mérito congruente como el digno, argumentando que nuestro estado no sólo está arraigado en la gracia, sino que además es gracia en todo momento. El único mérito que cuenta para nuestra justificación es el mérito de Jesucristo. De hecho, somos salvos por obras meritorias: las de Jesucristo. Que seamos salvos gracias a que se nos imputa Su mérito es la propia esencia de la gracia de la salvación.
Es esta gracia la que nunca debe ser comprometida o negociada por la iglesia. Sin ella, estaremos verdaderamente desesperanzados e indefensos para poder permanecer justos ante un Dios santo.
viernes, 18 de enero de 2013
La Iglesia Local y Por Qué es Importante
La Iglesia Local y Por Qué es Importante
Por John MacArthur
Amo a la iglesia. Es el centro de mi vida y lo ha sido desde la infancia. Mi padre era pastor de una iglesia cuando yo nací y crecí en la iglesia. Es el lugar donde me llevó al conocimiento de Dios, donde aprendí sobre la persona y obra de Cristo, y donde adquirí el conocimiento de la verdad salvadora y santificadora. Es donde aprendí a orar, a cantar, cómo adorar, amar, y cómo servir. Y fue en la iglesia que yo experimenté la dirección del Espíritu de Dios conduciéndome a una vida de ministerio.
Conocí a mi esposa en la iglesia. Criamos a nuestros hijos en la iglesia, y ahora nuestros nietos, también. Es el lugar donde he hecho amigos para toda la vida y compañeros en el ministerio. La iglesia toca cada parte de mi vida, de hecho, se podría decir que es mi vida.
La gente a veces me pregunta por qué escribo tanto sobre cuestiones de la iglesia, por qué no puedo estar tranquilo y disfrutar de mi ministerio. La respuesta es, amo la iglesia tanto que no puedo mantenerme al margen y verla tener problemas. Quiero ayudar a ser todo lo que Dios quiere que sea, y eso significa que tengo que ser un pastor. Amo a la iglesia demasiado para hacer cualquier otra cosa.
Y, francamente, no puedo entender a la gente que no tiene un amor similar para la iglesia –que no están ansiosos por cada oportunidad para adorar junto con otros creyentes de igual pensamiento. No puedo entender la gente que va a la iglesia los sábados por la noche para no “arruinar” los domingos. ¿Por qué están tan ansiosos por alejarse de la iglesia? ¿Dónde más iban a estar bien?
Hubo un tiempo cuando venir a Cristo significaba venir a Su iglesia. Ya en el Nuevo Testamento, la salvación lo traía a la unión con el Cuerpo de Cristo visible y reunido (cf. Hechos 2:47). Ser cristiano significa entrar en comunión con el pueblo de Dios.
Eso ha cambiado. El énfasis contemporáneo en el mundo evangélico es la relación personal del creyente con Cristo. La Fe individual es el tema dominante, y rara vez hay alguna discusión sobre cómo los creyentes se supone que deben encajar en la iglesia.
¿Cuándo fue la última vez que leyó un tratado o escuchado una presentación del evangelio que terminara con una discusión de la relación del creyente con la iglesia? En el mejor de los casos hay muy poco énfasis sobre la participación de la iglesia, la membresía de la iglesia, y ser parte de la familia de Dios en el hogar y reunión visible de los santos.
Y en el esfuerzo masivo para hacer la salvación personal, la iglesia ha quedado atrás y pasa por alto en detrimento de muchas almas. Mucha gente hoy en día tienden a ser consumidores eclesiásticos. Sólo están interesados en lo que pueden obtener de su iglesia, y van de congregación a congregación como sus caprichos e intereses cambian. Ellos no tienen ningún compromiso concreto o lealtad a un conjunto específico de santos.
De hecho, tienen poco o ningún apego a la iglesia en absoluto y no están bajo ninguna obligación de asistencia regular, si lo hacen, bien, si no, no es gran cosa.
Para personas así, su fe le es completamente anclada en sus relaciones personales con Cristo –no hay un compromiso social o responsabilidad con el pueblo de Dios. Su cristianismo existe completamente fuera y aparte de la iglesia.
Pero la idea de los creyentes que viven de forma independiente de la iglesia es totalmente ajena al Nuevo Testamento. El Espíritu Santo dirigió casi toda carta a una iglesia local, y otros libros como 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón fueron dirigidas a los principales líderes de la iglesia. Incluso el libro de Santiago, que fue escrito para los creyentes esparcidos por la persecución, asume que los recipientes siguen reuniéndose y se ocupan en gran medida con la vida en el contexto de la iglesia.
En todo el Nuevo Testamento, la suposición es siempre la misma: que el pueblo de Dios fielmente se reúne en una asamblea local donde la Palabra de Dios está siendo diseminada. Esa reunión unificada, no sólo la iglesia invisible en todo el mundo, sino la congregación local, visible –está en el corazón del cristianismo. La Iglesia es la única institución que el Señor estableció y prometió bendecir. ¿Por qué iba alguien a quien dice amar el Señor querer mantener a Su pueblo a la distancia?
¿Qué Significa “coram Deo”?
¿Qué Significa “coram Deo”?
Por RC Sproul
Nunca la olvidaré a mama delante de mí, con las manos en equilibrio sobre sus caderas, sus ojos mirando como brasas de fuego y diciendo en voz estentórea, “¿Cuál es la gran idea, joven?”
Instintivamente sabía que mi madre no me estaba hacían una pregunta abstracta acerca de teoría. Su pregunta no era una pregunta en absoluto, era una acusación velada. Sus palabras fueron traducidas fácilmente para decir, “¿Por qué están haciendo lo que están haciendo?” Ella me estaba desafiando a justificar mi comportamiento con una idea válida. Yo no tenía ninguna.
Recientemente un amigo me hizo con toda seriedad la misma pregunta. Él preguntó: “¿Cuál es la gran idea de la vida cristiana?” Estaba interesado en el objetivo primordial y último de la vida cristiana.
Para responder a su pregunta, me caí de nuevo en la prerrogativa del teólogo y le di un término latino. Yo dije: “La gran idea de la vida cristiana es coram Deo. Coram Deo captura la esencia de la vida cristiana.”
Esta frase, literalmente, se refiere a algo que se lleva a cabo en la presencia de, o ante la presencia de Dios. Vivir coram Deo es vivir toda la vida en la presencia de Dios, bajo la autoridad de Dios, para la gloria de Dios.
Vivir coram Deo es vivir toda la vida en la presencia de Dios, bajo la autoridad de Dios, para la gloria de Dios. —R.C. Sproul
Vivir en la presencia de Dios es entender que todo lo que estamos haciendo y donde lo estamos haciendo, estamos actuando bajo la mirada de Dios. Dios es omnipresente. No existe un lugar tan remoto que pueda escapar a su mirada penetrante.
Estar al tanto de la presencia de Dios es también estar muy consciente de Su soberanía. La experiencia uniforme de los santos es reconocer que si Dios es Dios, entonces Él es realmente soberano. Cuando Saulo se encontró con la gloria refulgente de Cristo resucitado en el camino a Damasco, la pregunta inmediata fue: “¿Quién eres, Señor?” No estaba seguro de que estaba hablando con él, pero sabía que quienquiera que fuese, estaba sin duda soberanamente sobre él.
Vivir bajo la soberanía divina implica algo más que una sumisión reacia a la soberanía absoluta que está motivada por el temor al castigo. Se trata de reconocer que no hay una meta más alta que ofrece el honor a Dios. Nuestras vidas deben ser sacrificios vivos, oblaciones ofrecidas en un espíritu de adoración y gratitud.
Vivir toda la vida coram Deo es vivir una vida de integridad. Es una vida de plenitud, que encuentra su unidad y coherencia en la majestad de Dios. Una vida fragmentada es una vida de desintegración. Se caracteriza por la inconsistencia, la falta de armonía, confusión, conflicto, contradicción y caos.
El cristiano que compartimenta su vida en dos secciones de lo religioso y no religioso no ha logrado comprender la gran idea. La gran idea es que toda la vida es religioso o nada de la vida es religiosa. Dividir la vida entre lo religioso y no religioso en sí es un sacrilegio.
Esto significa que si una persona cumple su vocación como un fabricante de acero, abogado, o ama de casa coram Deo, entonces esa persona está actuando cada pedacito tan religiosamente como un evangelista ganando almas quien cumple su vocación. Esto significa que David era tan religioso cuando obedeció el llamado de Dios para ser un pastor como lo era cuando él fue ungido con la gracia especial de la realeza. Esto quiere decir que Jesús era tan religioso cuando trabajaba en el taller de su padre carpintero como lo fue en el Jardín de Getsemaní.
La integridad se encuentra donde hombres y mujeres viven sus vidas en un modelo de consistencia. Es un modelo que funciona de la misma forma básica en la iglesia y fuera de la iglesia. Es una vida que está abierta delante de Dios. Es una vida en la que todo lo que se hace, se hace como para el Señor. Es una vida vivida por principio, no conveniencia; por humildad ante Dios, no en desafío. Es una vida vivida bajo la tutela de la conciencia que está presa por la Palabra de Dios.
Coram Deo… ante el rostro de Dios. Esa es la gran idea. Junto a esta idea nuestras otras metas y ambiciones se vuelven en meras trivialidades.
La Membresía es Comunión
La Membresía es Comunión
Por John MacArthur
La verdadera unidad espiritual de las almas salvadas es evidente en todo el Nuevo Testamento. Y entonces, como hoy, esa unidad se manifestó en la reunión local de creyentes.
Los cristianos inherentemente se unen en la vida espiritual común y compartida con aquellos de la misma preciosa fe. A través del nuevo nacimiento de la salvación, hemos entrado en una comunión con otros creyentes, una comunidad que es tan maravillosa, única y preciosa que Pablo advirtió severamente a los corintios de asegurarse de que no hubiese divisiones entre ellos que pudiera amenazarla (1 Corintios 1:9-10).
La palabra que traducimos como comunión —koinonia— esencialmente significa colaboración. Pablo describe esta asociación en Gálatas 2:9: “y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo.” Él y Bernabé fueron afirmados y se les dio la bienvenida a la participación común en la vida eterna, al manifestarse a través de la vida visible de la iglesia.
Eso es exactamente lo que sucede en la membresía de la iglesia de —cada creyente se identifica públicamente con el cuerpo local de creyentes y entra en una asociación permanente espiritual con esa congregación. Es una afirmación pública de nuestra unidad en Cristo, nuestro cuidado por los demás, y nuestro deseo compartido de crecer juntos en amor y el conocimiento de la Palabra de Dios.
Es por eso que la tendencia moderna de los creyentes que flotan libremente entre las congregaciones y nunca se plantan firmemente en un lugar es un concepto extraño a la Escritura. Lo que tenemos hoy es un modelo construido sobre una mentalidad del consumidor —la gente va a la iglesia donde sus necesidades sentidas se contemplen, y se desconectan y se cambian cuando esas necesidades cambian o se satisfacen mejor en otro lugar. Ese patrón es totalmente contrario a la que encontramos en la Palabra de Dios.
De hecho, está expresamente prohibido por la Escritura. Hebreos 10:23-25 es inequívoca en cuanto a la necesidad de la comunión.
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
¿Cómo puede el pueblo de Dios “estimularnos al amor y a las buenas obras” si no se reúnen regularmente? No puede suceder. Abandonando el compañerismo de otros creyentes le separa de una fuente de enseñanza bíblica clave y ordenada por Dios, de refinar la responsabilidad, y del crecimiento espiritual (cf. Proverbios 27:17).
Y la necesidad de comunión es aún mayor a medida que nos acercamos al regreso de Cristo. El rebaño sin pastor no va a prosperar, sino que se va a dispersar. Y las ovejas solitarias son presa fácil para los lobos. La comunión fiel te ayuda a aislarte de las influencias de un mundo que está corriendo hacia el infierno. ¿Por qué un cristiano no toma ventaja de eso?
En cambio, hoy en día muchos creyentes hoy se acercan a la iglesia como un deber o una tarea, una que pronto se hace a un lado y se olvida tan pronto como se ha logrado.
No entiendo esa actitud. Quiero estar con el pueblo de Dios cada oportunidad que tenga. Quiero compartir juntos nuestro común amor por el Señor y Su verdad. Quiero construir y profundizar amistades, llevar las cargas de otros, y extender consuelo y aliento a aquellos que lo necesitan. Quiero venir a unirme a un coro colectivo de creyentes para cantar alabanzas al Señor. Quiero orar y adorar con personas que aman la Palabra de Dios, y quiero ver de primera mano lo que Su Palabra está logrando en sus vidas.
Todo esto está destinado a suceder en la iglesia, no a pesar de ello.
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