2 Timoteo 3:2
Según se entiende, esa época llamada ‘los postreros días’ tuvieron su inicio desde aquel evento que marcó la recta final en la historia de la redención: la muerte y resurrección de Cristo y su gloriosa ascensión. Esos días previos a la segunda venida de Cristo estarían marcados por un incremento progresivo en la maldad, por la expresión cada vez más abierta de un carácter distinto al de Cristo y adverso a Él. Mientras el día final se acerca, la maldad aumenta considerablemente encontrando cada vez formas más abiertas, prácticas y publicitadas para manifestarse. Por supuesto, estos dos milenios han mostrado el cumplimiento de lo que fue dicho desde antes y vemos con algo de urgencia la presión de la maldad sobre el mundo.
Entre estas nefastas manifestaciones que caracterizarían a la humanidad en los últimos tiempos estaría un incremento de hombres ‘amadores de sí mismos’. Tener seres humanos así no es propio de los últimos tiempos pues cada día de la historia de la humanidad ha dado testimonio de la existencia de seres así. Usted y yo hacemos parte de ese casi ininterrumpido linaje de hombres que se aman a sí mismos por encima del prójimo y por encima de Dios mismo. Lo particular de estos últimos tiempos es que parece que aquellas barreras que contenían el egoísmo, barreras como un temor de Dios generalizado, cierto acatamiento de la ley moral, reglas mínimas de convivencia y civismo, han venido a desmoronarse dando paso a una generación que literalmente no tiene ojos para los demás sino para sí mismos, ni siquiera si ese otro es un padre o un hijo, un herido o necesitado, un anciano o un niño, el egoísmo es un monstruo enorme que no tiene compasión.
Nadie tiene que instruir a un bebé para que sus primeras palabras sean “mío” y que defienda sus intereses aun a punto de estrellar su juguete en la cabeza de su hermanito si fuera el caso. La falsa filosofía moderna de la crianza lo único que hace es afirmar en los individuos que ellos y solo ellos están en el centro y que el mundo gira alrededor. Las familias, el colegio y la sociedad exaltan al atrevido e imponente, aunque después se quejan por sus resultados. Se levantan hombres inútiles que solo piensan en su bienestar así tengan que destruir el mundo para ello, literalmente hablando. Usted puede ver el egoísmo rampante desde la humilde morada de un mendigo, hasta los tronos de oro y marfil de los más poderosos. El egoísmo ha empezado a cercenar nuestra humanidad misma. La religión, casi que un salvavidas en nuestro mundo, promueve hombres egoístas que solo tiene ojos para sí, sus pequeños imperios, organizaciones, deseos y proyectos. Para unos venir al evangelio solo es una afirmación de su yo en su mayor expresión.
Es necesario detenernos hoy para meditar en el estrago del egoísmo en nuestras vidas. La pregunta no es si somos o no egoístas, la pregunta más sincera será: ¿Qué tanto el egoísmo a carcomido nuestra alma?. Los hijos de Dios no podemos amoldarnos al mundo ni sus filosofías ni sus métodos. Hemos sido enseñados por aquel que se llamó Siervo de Dios, venido por el desprendimiento de un Padre para favorecer a pecadores. Servimos a un Dios que se dio al pecador y sería una deslealtad existencial vivir para nosotros cuando estamos sostenidos por Aquel que se entregó sin escatimarse a sí mismo. Detengamos esta avalancha de egoísmo con una vida de entrega alzando los ojos para ver que no estamos solos pensando en que si Dios nos ha dado algo, seguramente no es para que con ello pisemos a los demás sino que los bendigamos a todos.
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